¿Por qué mujeres empiezan a odiar a sus maridos en la vejez?
|Dicen que el tiempo lo cura todo… pero también puede revelar heridas que nunca cerraron. Muchas mujeres, al llegar a la vejez, ya no callan lo que durante años toleraron en silencio: la rutina de sentirse poco valoradas, la carga de responsabilidades que nunca se compartieron y la sensación de haber sido relegadas a un papel de servicio más que de compañeras.
No se trata de un odio repentino, sino de un cansancio profundo que aflora cuando los hijos ya crecieron, la vida laboral termina y la pareja se enfrenta cara a cara, sin distracciones.
Uno de los factores más mencionados es la desigualdad en las tareas del hogar y el cuidado. Décadas de cocinar, limpiar, organizar y velar por la familia pesan. Lo más desgastante no es solo hacer, sino pensar: planificar menús, recordar citas médicas, llevar la cuenta de las cuentas. Esa “carga invisible” suele recaer sobre ellas. Y cuando en la vejez se espera que disfruten de calma, lo que sienten es un resentimiento acumulado que se manifiesta en frialdad o rechazo hacia el esposo.
A esto se suma el cuidado en la enfermedad. Con los años aparecen achaques, operaciones y tratamientos largos. La mayoría de veces es la mujer quien asume el rol de cuidadora principal. Lo hace por amor, sí, pero también con un desgaste emocional enorme: menos tiempo para sí misma, mayor estrés y la amarga sensación de que su esfuerzo no se reconoce. En esas circunstancias, lo que algunos hombres interpretan como “odio” es en realidad agotamiento y necesidad de apoyo.
Otro punto clave es la jubilación y la convivencia forzada. Durante décadas la rutina laboral mantenía un respiro: cada quien con sus horas y espacios. Pero al dejar de trabajar, muchas parejas pasan a compartir todo el día bajo el mismo techo. Para quienes no construyeron intereses comunes ni aprendieron a comunicarse de verdad, esta etapa puede volverse sofocante. Lo que antes era tolerable en pequeñas dosis, ahora se vuelve insoportable.
No podemos dejar de mencionar las expectativas incumplidas. Algunas mujeres llegan a esta edad esperando más compañía, afecto y respeto. Pero se encuentran con maridos distantes, centrados en sí mismos o poco dispuestos a cambiar. Esa decepción pesa más cuando sienten que entregaron la mejor parte de su vida sin recibir lo mismo a cambio.
Entonces, ¿qué hacer para que la vejez no se convierta en un campo de batalla emocional? La clave está en repartir responsabilidades con justicia, reconocer el trabajo invisible, buscar proyectos comunes y, sobre todo, hablar sin miedo. También ayuda apoyarse en familiares, servicios comunitarios y, en muchos casos, en la terapia de pareja para sanar viejas heridas.
Porque al final, la vejez puede ser un tiempo de paz y reencuentro… o el momento en que explotan años de silencio. Lo que marca la diferencia no es la edad, sino la voluntad de ambos de construir un trato justo y afectuoso, antes de que el resentimiento se transforme en distancia irreversible.